FRANCISCO DIAZ, GESTOR CULTURAL

Bibliolancha: 30 años navegando por la cultura 

Bibliolancha es un programa creado y gestionado por la chilota María Teolinda Higueras Vivar, en mayo de 1995, cuando era directora de la Biblioteca Pública de Quemchi. Llegan donde muy pocos lo han hecho para acompañar, compartir y promover la lectura, las artes y los saberes del territorio insular.

Cumplidas tres décadas, el proyecto cultural y social es destacado en Chile y en el mundo por sus particularidades, por el compromiso de sus gestores, por el arraigo que tiene en las comunidades a las que atiende, por su crecimiento y desarrollo, y también por las dificultades que ha debido enfrentar para su continuidad.

Para conocer la historia, conversamos con Francisco Díaz Higueras (38), hijo de la fundadora y quien además es el Coordinador, productor y encargado de comunicaciones de la singular embarcación que surca los mares del sur de Chile.

¿En qué sectores opera la bibliolancha?

“La lancha está en Quemchi; navegamos desde allí para llegar a la mayoría de las islas menores del archipiélago y recorrer por mar y tierra las diez comunas de la provincia y parte de la región de los lagos. Nuestro compromiso es fomentar el acceso y participación de experiencias artísticas, gusto y goce de la lectura, promoción de saberes locales y mucho más”.

¿Cómo nació en tu madre el sueño de la bibliolancha?

“Siendo directora de la Biblioteca Pública de Quemchi, decidió sacar los libros a estas pequeñas islas, que en esa época no existían las bibliotecas C.R.A. No había internet; entre las comunidades se comunicaban solamente por radios VHF, las que tenían las postas y eso. Por ahí llegaban las noticias; por la radio también llegaban mensajes y cartas. Entonces mucho menos había libros. Ella se dio cuenta en una de las salidas que hizo para identificar su territorio y vio que en estas islas hacía mucha, mucha falta”.

La visionaria sentó las bases del programa con viajes mensuales. Pese a las inclemencias del clima, esta biblioteca flotante visitaba en sus recorridos semanales las islas Tac, Metahue, San José, Añihué, Mechuque, Voigue y Cheniao, en los sectores de Chauques y Butachauques del archipiélago de Chiloé, llevando libros, lecturas y actividades culturales y de fomento lector a comunidades que contaban con escaso acceso a este tipo de servicios y lo siguen haciendo.

¿En qué momento partió el proyecto?

“Mi mamá cuenta como anécdota chistosa que ella le mintió al alcalde de la época, le dijo que del nivel central le exigían que tenía que sacar la biblioteca al maritorio, a las islas que tenía nuestra comuna, así que el alcalde de la época no tenía ni idea de que esto no era un plan nacional, sino que era la invención de la vieja, como es conocida mi madre entre los familiares y amigos”.

¿La población infantil de esta zona ha cambiado?

“En esa época había mucha más población infantil en las islas que ahora. Ahora, tienen uno o dos alumnos; los que tienen más, tendrán 26, y en algunas islas grandes hay más de una escuela, pero la mayoría son escuelas unidocentes”.

¿Tiene que ver nuevas oportunidades existentes en ciudades más grandes, con liceos, colegios e internados?

“Sí. La gente empieza a migrar por eso en realidad. Antiguamente, los niños salían de sexto básico y lo que más podían optar ellos era que podían ser buzos mariscadores. En esta época ya no es así. Todos queremos que nuestros hijos estudien, que tengan una mejor calidad de vida, y es ahí donde los matrimonios más jóvenes deciden migrar hacia los grandes pueblos, a las ciudades, para que sus niños tengan esa oportunidad que ellos no tuvieron”.

¿Cuándo asumes el legado de continuar la labor que iniciara tu madre?

“El año 2016, mi mamá consiguió su propia lancha. Al cumplir 20 años le hicieron una entrevista en el diario El Mercurio; una periodista le preguntó qué le gustaría para los 20 años, y le dijo que su anhelo era tener su propia lancha”.

Para sus viajes dependía del itinerario de la lancha municipal o de la disponibilidad de viajes en la nave de la armada “Cirujano Videla”.

Gracias a una donación de la ONG Desafío Levantemos Chile, cuenta desde 2017 con una embarcación propia, que fue construida por el carpintero de la ribera de Quinchao, Patricio Subiabre.

Hoy, la lancha “Felipe Navegante”, de 15 metros de eslora, es administrada por la Agrupación Cultural y Social Artesana Otilia Yáñez. ¿Cuál es el rol de este colectivo?

“Somos un grupo de amigos y familiares que conformamos la agrupación, y además del proyecto Bibliolancha, tenemos una escuela de artesanos también, que trabaja permanentemente desde hace 10 años ya. Hacemos tres talleres permanentes, que son talleres de cestería, telar, juguetería en madera; todos son gratuitos”.

No sólo han debido sortear variables meteorológicas. ¿Qué otro tipo de dificultades ha enfrentado?

“Tuvimos una muy mala experiencia con el exalcalde Gustavo Lobos Marín: dejó la lancha tirada en la playa y le prohibió a mi mamá usarla, señalándole que él no iba a gastar plata en lectura, que eso a él no le interesaba. Nosotros decidimos pedirle la lancha; él la pasó al tiro, le dijo que se la llevaran. A él no le interesaba esto, así que ahí creamos la agrupación y la lancha quedó bajo la tutela nuestra”. La bibliolancha es parte de la Red de Bibliomóviles de Chile del SNBP, a partir de un convenio entre la Agrupación Cultural y Social Artesana Otilia Yáñez con Serpat, para la capacitación de sus funcionarios, la utilización del sistema de registro de préstamos y actividades que provee el SNBP, y para la permanente actualización de su colección bibliográfica, que cuenta en este momento con 1.500 ejemplares, mayoritariamente de literatura infantil y juvenil.

Francisco recuerda que “Yo no podía hacerlas todas, gobernar la lancha, ser el marino, productor, artista; entonces empezamos a buscar financiamiento”. Por muchos años hicimos un trabajo autogestionado. Con ayuda de amigos artistas que se subían a la lancha a presentarse gratis”.

Después aparecieron fondos concursables y acceso a recursos, lo que permitió que Diaz pudiera dedicarse a la producción y al área artística. Aunque la bibliolancha, desde un principio, fue un proyecto icónico entre las bibliotecas nacionales, la ayuda estatal siempre fue poca, y muchas veces nula.

Pero el enorme impacto social que se deriva del quehacer hizo que, desde hace tres años, puedan postular a un fondo PAOCC, programa de apoyo a organizaciones colaboradoras del Estado. Sin embargo, las aguas no siempre son quietas para la navegación de la bibliolancha: ¿qué sucedió?

“El año pasado nos habían quitado este fondo, nos habían evaluado mal, tuvimos que hacer una pataleta grande en redes sociales. Empezaron a mandar mensajes de todos lados, desde el extranjero incluso. Se dieron cuenta del impacto y cobertura que tiene nuestro proyecto, porque nosotros recorremos la región completa. Cuando no andamos en la lancha, andamos en vehículo y llegamos a la última escuela que hay en la cordillera: Piuchen, Osorno, Puerto Octay, Puerto Montt, Puerto Varas o Calbuco”.

Cuéntanos sobre esta extensión que hacen a otros puntos de la región de Los Lagos. “Recientemente estuvimos en Calbuco, en el encuentro náutico; ya es la segunda versión a la que nosotros vamos como escenario. Los artistas se presentan arriba de la bibliolancha; es un encuentro hermoso”. El coordinador del proyecto reconoce que el proyecto merece la visibilidad que tiene actualmente. Pero no olvida los períodos difíciles e inciertos por los que debieron atravesar para consolidarlo.

¿Que significa para ti la bibliolancha?

“Es un proyecto que cambia vidas. El año pasado, cuando celebramos 29 años, vinieron esos niños de las islas, que ahora son adultos, tienen familia, y vinieron a dar su testimonio de cómo les cambió la vida la bibliolancha. Muchos son profesionales, cosa que nunca pensaron antes de que conocieran a mi mamá, y el impacto que tuvo conocerla”.

Diaz quiere mantener firme el timón por la ruta señalada por su progenitora. “Queremos ayudar al máximo a otros niños, potenciarlos a sacar lo mejor de sus vidas, y que ojalá todos vuelvan a sus islas, también a aportar a su gente”.

A partir del sueño que Teolinda convirtió en una maravillosa realidad, desde la Agrupación han ampliado la mirada del campo de acción. ¿En qué están trabajando actualmente?

“Hoy somos más que una biblioteca itinerante, somos un centro cultural itinerante. Por ejemplo, llevamos conciertos, obras de teatro, festivales de títeres, festivales de teatro lambe lambe, circo. Las escuelas ya tienen sus bibliotecas, que son geniales, tienen muy buena bibliografía, con editoriales muy buenas, chilenas y extranjeras, entonces lo que les falta ahí es la mediación lectora, que es lo que nosotros también hacemos con los cuentacuentos, con los títeres, con las obras; eso es lo que nosotros tratamos de reforzar. Porque los profesores tienen tanto que hacer, que tampoco se les puede exigir más; ellos hacen un rol social impresionante en la isla”.

Cuando tu mamá partió con el proyecto, tenías 8 años más o menos. ¿Qué recuerdos tienes de esa época?

“Todos los niños de esta zona, que vivimos al borde de la playa, tenemos relación con el mar. Recuerdo haber acompañado a mi mamá en varias oportunidades, en distintas lanchas. También recuerdo el último viaje que hizo Francisco Coloane. Mi mamá era amiga de él y, siendo niños, nos juntábamos a nadar con él en la costanera de Quemchi. Él hizo un viaje en la última lancha velera que había en esa época acá. Ahora veo la importancia de ese viaje que fue corto, pero fue muy significativo ahora en la actualidad para nosotros”. 

De esta relación directa surgió otro anhelo, también materializado por Teolinda y los suyos: el Museo Francisco Coloane. ¿De qué se trató esta nueva epopeya?

“Mi familia tenía una casa en el campo que donamos para este proyecto. La trajimos en una tiradura de casa, con bueyes, la bajamos hacia el mar y en el mar la llevamos con dos lanchas hasta Quemchi”. Sin embargo, y según relata Díaz, este proyecto no ha recibido el apoyo necesario para su conservación: “La municipalidad no se ha hecho parte, en realidad, salvo cuando llegan tras autoridades”. Pero es mi mamá quien se hace siempre cargo de los arreglos, porque no quiere dejarlo caer. Ahora está con su casa Tola, allí guardamos nuestra colección de libros y las cosas de la bibliolancha. Ella tiene como una especie de museo-biblioteca. Ella no para; todo el rato está creando cosas.

Tú que creciste en torno a los libros y al sueño de tu madre, ¿qué libro te ha marcado?

“Hay muchos libros. De cómo murió el chilote Otei. Me encanta ese cuento, significa mucho para mí. Mi papá fue estanciero; él estuvo atrapado en el terremoto blanco de 1995. Permaneció solo en una estancia por cinco meses esperando que baje la nieve”.

Francisco se refiere al evento meteorológico que afectó extensas áreas del sur de Chile con intensas nevadas, vientos y bajas temperaturas.

“También he sido lector de libros de filosofía anarquista, entonces me gusta mucho también esa vuelta de historia que pone Coloane ahí en ese libro, sobre todo con esa historia, esa masacre que hubo ahí, y de cómo el chilote también fue parte de eso. Y me hace mucho sentido toda la lucha que hemos tenido los chilotes de toda la vida en contra de los agresores de nuestro territorio, y también de las injusticias por parte del más poderoso”.

¿Cuál es la labor que realiza la Escuela de Artesanos?

“Son talleres abiertos a la comunidad, también articulados por mi madre, desde que conoció estas historias de gente que no podía salir a estudiar. Ella se dijo a sí misma que iba a hacer una escuela de oficios donde los niños y niñas pudieran aprender un oficio y se pudieran ganar la vida. Para no abandonar su territorio para ir a estudiar hasta Santiago, Valdivia o Puerto Montt”. Francisco estudió en una escuela de arte en Santiago. También estudió Trabajo y Social en Puerto Montt, carrera que no pudo concluir porque su madre enfermó.

Has volcado esa experiencia en la escuela de artesanos. ¿Qué enseñas?

“Hago los talleres de juguetería en madera, artesanías en madera, escultura, soy mosaiquista también, me gusta mucho enseñar a los niños”.

¿Qué opinión tienes respecto al puente en construcción sobre el Canal de Chacao?

“No me gusta el puente. Nunca me ha gustado. Si lo llegan a construir, tampoco me va a gustar. Es más, creo que nunca lograrán construirlo. Nosotros que trabajamos en las zonas insulares sabemos todo lo que se necesita acá y yo creo que ese fue un despilfarro de plata tremendo que no aporta en nada al chilote común y corriente. Aquí en estas islas faltan trabajadores de la salud, trabajadores de la educación, faltan caminos buenos para que la gente se pueda trasladar dentro de su isla. Si bien se ha mejorado un poco la conectividad desde las islas menores hacia la isla grande con los recorridos de lancha, eso no significa que la gente dentro de la isla tenga buena conectividad tampoco”.

Díaz profundiza en su crítica hacia la megaobra, que en buena parte de los chilotes es un clamor.

“Yo creo que aquí hay clases dentro del país. Hay clases de personas y los chilotes nos sentimos súper desplazados. La primera vez que llegamos a isla Tac, isla que está más cerca del continente que de Quemchí, estuvieron tres meses sin un TENS en su posta. No había nadie que atendiera su posta porque nadie se quería ir allá. Entonces nosotros vamos por otra forma de vida para niños y adultos. Tratamos de hacer un poquito más llevadera la vida tan agreste que tienen las personas insulares”. 

Como gestor cultural y como representante de Biblio Lancha, ¿te relacionas con la industria salmonera?

“No, yo no me relaciono. La verdad es que nunca hemos tenido acercamientos, ni de ellos, ni de nosotros tampoco”.

¿Ni a través de la vinculación con el medio o la responsabilidad social empresarial?

“No, no, no. Hace poco postulamos un proyecto que se llama Ley de Donaciones Culturales. Fuimos a Santiago, al Match Cultural, donde juntan empresarios que quieren hacer estas donaciones a agrupaciones como la nuestra o fundaciones que necesitan. A nosotros, por ejemplo, nos preguntaron qué tipo de empresa quisiéramos que nos ayudara y, claro, nosotros pusimos otro tipo de empresa. Nada de salmoneras”.

Tienes una mirada crítica de la industria. ¿Cuáles son las razones?

“Nosotros vemos el día a día. En las islas queda toda la basura que dejan. Caminos destrozados. Con todo lo que ganan deberían hacer que su industria no sea tan invasiva para el medio ambiente. “Especialmente en Chiloé, que tiene una flora y fauna únicas y que se están deteriorando por inversiones extranjeras que utilizan y contaminan nuestros fiordos y canales”.

Con inspiración materna y a pesar de todo, Francisco continúa en su incesante labor creadora. “Es que nosotros, como trabajamos con gente del territorio, nos entendemos. Con los profesores, sobre todo, ellos saben que si hay temporal no se puede zarpar. Los llamo y con el puerto cerrado a la navegación. No importa, se hace nada más cuando se pueda. Ahora es más engorroso, porque está en funcionamiento el Servicio Local de Educación Pública (SLEP). Debemos enviar correos como con por lo menos un mes de anticipación para agendar la visita y todo eso”. 

¿Un sueño pendiente? ¿Otra lancha?

“Al match que asistimos fue en búsqueda de fondos para comprar una lancha nueva. Porque nuestra lancha está en su último año de vida útil y necesitamos urgente una nueva, que tenga 18 metros de eslora pues queremos habilitar la biblioteca en una cubierta y un cine en otra. La inversión requiere 250 millones de pesos”.

¿Y si apareciera una empresa salmonera y les ofreciera ese monto?

“Yo no lo acepto”.