CAROLINA BUSTAMANTE RODRIGUEZ, ORFEBRE
"El escenario de mi arte es un cuerpo”
Llegó al oficio de la orfebrería de manera circunstancial. Antes de convertirse en periodista, ya se sintió atraída por otras manifestaciones artísticas como la danza y la poesía. Ella misma confiesa que el arte le salvó la vida.

Fue en Costa Rica donde se adentró en un viaje que la llevó a descubrir la nobleza del metal y la belleza de piedras y gemas, enamorándose del arte que le permitió permanecer más de seis años en Centroamérica. Sin embargo, sostiene que fue un hallazgo más que un anhelo. “En Costa Rica estaba en una situación migratoria inestable; había ingresado como turista, entonces tenía que salir cada tres meses a países cercanos, permanecer un tiempo y luego regresar. Por eso necesitaba un oficio que me permitiera ser independiente y que me permitiera viajar. Con una amiga, hicimos un trueque. Yo le pasaba mi casa y ella me enseñaba joyería.” Esos desplazamientos transitorios se conocen como “hacer frontera” y era la forma en que podía viajar a países cercanos como Nicaragua y Panamá. Esos viajes también le permitieron recoger conocimientos e impregnarse de la cultura local.
El periplo la trajo de vuelta a Chile un par de veces y le sirvió para darle un sentido atávico al fuego, elemento que siempre estuvo en su vida y que desde hace 47 años es parte de su ser. “Imagínate, yo soy del sur y terminé trabajando con fuego. Mi taller lo tengo en una cocina, al lado de la estufa a leña y además mi oficio se nutre del fuego para fundir y soldar”. Carolina hasta se emociona porque comprendió la estrecha relación que la conecta con su origen. Se ha ido perfeccionando con cada joya creada. Pero fue en el sur de Chile donde encontró a quien reconoce como su maestra. “Allá me enseñaron otras amigas; en realidad una aprende de toda la gente que le enseña, pero a la que considero mi maestra la encontré acá”.
En nuestro país, la orfebrería se puede estudiar en algunas escuelas especializadas; otros llegan al oficio desde vertientes de carreras relacionadas con el arte y que con el tiempo pulen sus habilidades en talleres que imparten artesanos calificados. Ella aprendió en medio de la comunidad solidaria de artistas y artesanos que conoció mientras duró su permanencia en Centroamérica. “Cuando uno piensa en la joyería y sólo se aprecia la joya, hay una historia que no se puede dimensionar. Es todo el trabajo que implica además de la hermosura del proceso y del resultado”. Curiosamente, a ella le han enseñado solamente mujeres. Declara que “la orfebrería es un oficio súper machista. De hecho, en Chile hay un grupo Facebook de orfebres. Cuando las mujeres hacíamos preguntas de cosas que no sabíamos, muchas veces éramos descalificadas. Las artesanas han sido personas muy generosas. Al final, un grupo de chiquillas decidió hacer un grupo aparte. Y tenemos un grupo sólo de mujeres joyeras de Chile”.
Vendió sus primeras joyas de cobre sobre el paño que exponía en la vereda: “Al principio trabajé de artesana en la calle, en el parche. Ahí aprendí que debe existir respeto por el oficio de la orfebrería”. Comprendió no sólo a fundir el metal, sino del sentido profundo de la generosidad. “Por eso yo les digo a quienes se inscriben en los talleres que imparto: nunca sean mezquinos con lo que aprenden. Ahora yo necesito comer, esta es mi única fuente de ingreso, pero ojalá pudiera enseñarle a todo el mundo sin cobrarles”. En su diario afán, el fuego es una energía demasiado potente y transformadora que cambia la materia de un estado líquido a un objeto que es perdurable en el tiempo, que habla de la historia de una cultura; son objetos de arte portable.

¿En qué momento está lista la obra?
“Cuando el engaste está impecable. Me he puesto muy obsesiva con honrar el oficio, así como los maestros antiguos que trabajaban impecablemente. Ahora uno ve mucha joyería moderna, que es súper interesante, pero muchas veces se esconde la falta de rigor, prolijidad y técnica en lo moderno”. Carolina define sus joyas de un diseño más minimalista, en que privilegia honrar la nobleza de los materiales. Y lleva la argumentación al haiku, poemas japoneses breves que se caracterizan por su sencillez y austeridad, “donde el ser humano está al servicio de la naturaleza, el ser humano no tiene tanta notoriedad. Me ha gustado esa exploración donde no persigo un gran virtuosismo en el diseño, sino más bien darle el marco preciso a los materiales con los que estoy trabajando. No hago flores, no hago nada figurativo. Es solamente tratar de que la joya quede impecable para resaltar la hermosura de las piedras y el color”.
Para ella, lo creativo es un proceso súper íntimo y personal; tiene que ver con la vida y con cómo se vive. “Por eso mi diseño cada vez es más simple, porque yo trato de vivir cada vez lo más simplemente posible”. Tiene claro el aspecto funcional de las joyas, por eso cuando comprueba que algunas formas y colores funcionan, mantiene esa propuesta estética y pospone la experimentación para cuando hay tiempo de crear, porque, evidentemente, necesita tener también un carácter comercial. “Es súper difícil, sobre todo ahora. Está durísimo. En algún momento, en pandemia, fue bueno, porque todo el mundo compraba, pero en este momento la gente está gastando en lo más necesario”.
A la falta de cultura y conocimiento de este arte, hay que considerar la competencia desigual de joyas que provienen de lejanas latitudes o se adquieren vía comercio electrónico. “Es muy difícil competir, por ejemplo, con joyas que vienen de Asia. Hay muchas joyas que de repente venden que traen de India, que traen de Tailandia y un joyero chileno no puede competir con eso por los bajos precios”. Lo complejo de este mercado acuñó el slogan: "la artesanía es el nuevo lujo".

No todos comprenden el valor de una joya de autor, porque son ediciones limitadas de trabajos hechos totalmente a mano y con diseño propio. “Con el tiempo estoy más grande, más ermitaña también. Mis procesos son mucho más íntimos y tienen mucho que ver también con la poesía, por eso necesito pasar mucho tiempo sola acá, porque no estoy soldando nada más. Algo más está pasando, es como algo que está ahí palpitando, son como mundos paralelos”.
Recuerda la ocasión en que un matrimonio la visitó para solicitarle un trabajo. La mujer quería incrustar un zafiro que guardaba, pegarlo en la base de un anillo y cruzarle unas garritas a modo de terminaciones; la orfebre sugirió hacerlo más minimalista. “La estrella del zafiro se iba a perder en los adornos; de paso, la piedra no va pegada, va engastada. Por eso igual es importante que la gente venga a mi taller para asesorarlos personalmente”.
Su actividad le demandó abordar diversos ámbitos, como química y matemáticas, para conocer las propiedades de los metales y también conocer los distintos tipos de piedras y gemas que incorpora en sus joyas. El alto precio del oro, actualmente cotizado en 97 mil pesos el gramo de 24k, y las exigencias que plantea trabajarlo la obligaron a desarrollar su catálogo en base a plata. El gramo de este metal cuesta 1.400 pesos. Curiosamente, no le acuña el mítico 950, nomenclatura que tipifica su calidad.
¿Por qué tus joyas no especifican la ley de la plata utilizada?
“Porque no tengo sello, no más. Hay plata de ley 925, que es como lo mínimo aceptable. Porque la plata se funde con otros metales. Yo elaboro la aleación de 95% plata pura y 5% cobre y luego se funde y todo; de esta forma sé con qué metales realmente estoy trabajando”. En la orfebrería, según Carolina, nunca se termina de aprender; la técnica y el ingenio también son parte de la actividad. “La orfebrería es cara. Los equipos y herramientas son caros. Entonces todo lo que uno puede inventar es bueno; esto tiene mucho de arte, pero también tiene mucho de ingeniería. Una pieza tiene que verse bonita, pero además tiene que ser estructuralmente funcional y fuerte para que sea eterna”.
Le consultamos sobre el otro componente de sus piezas de arte: las piedras. ¿También las trabajas tú?
“No, la lapidación es otro arte; ahí yo no me meto porque en realidad no he conocido ningún maestro. Las piedras que utilizo vienen cortadas. Entonces lo que uno hace es medirlas para hacer el soporte donde irá, el engaste. En joyería se usan mucho las matemáticas. Es súper preciso, se usan fórmulas y cálculos para que calce justo, evitando que se rompa la piedra”.

¿A qué segmento va dirigida tu colección?
“Mujeres de 40 años para arriba. Que se interesan por el arte en general, de clase media; todavía no llego al público de más altos ingresos. No sé dónde está. Pero mi público hace un esfuerzo para tener una joya que le gusta; aprecian una pieza hecha a mano. Entonces también requiere de cierto nivel cultural para poner en valor el oficio”. No demora en definir el target que adquiere sus joyas. Fiel a su respeto por el arte, ella no acepta trabajos a pedido que buscan imitar la joya de otro autor. “Si alguien quiere un diseño mío y quiere personalizarlo, lo hago con mucho gusto”.
Su arte lo ha transformado en una filosofía de vida y lo canaliza no solo a través de la venta de sus joyas; también imparte talleres personalizados de orfebrería, que ella misma aclara que “no tienen un sentido terapéutico. Los contenidos que imparto son bien técnicos y tienen como objetivo que la persona que se inscribe sea capaz, en 12 horas, de confeccionar un anillo, aprendiendo todo el proceso”. Señala, con legítimo orgullo, que sus alumnos “han hecho anillos perfectos, porque les enseño la técnica para que sea así. Funden la aleación que preparan, elaboran el material, hacen los cálculos y fórmulas para medir el anillo y luego hacen su estructura y aplican la piedra que eligieron. Ellos por sí mismos deben buscar después su propia creatividad, porque eso es un proceso muy personal”.
Carolina Bustamante plantea que la orfebrería es como la vida misma, una búsqueda constante de equilibrio; pero también se atreve a la experimentación, aparentemente contraria, de la asimetría en el diseño de sus joyas. Cada pieza le demanda por lo menos un día de trabajo y desde hace años busca elementos para hacer una joyería auténtica y única. “Para llegar a equilibrar piezas asimétricas, paso varios días buscando las piedras que realmente sea armónicas entre sí, que cromáticamente funcionen y que la joya sea cómoda, porque va a ser llevada por un cuerpo. Eso es súper interesante porque el escenario de mi arte será un cuerpo, o sea, un escenario vivo”.
