MIGUEL BURGOS, ESCULTOR

"Cuando estoy esculpiendo es como recorrer mi vida entera".

Miguel Burgos Ruiz. 69 años. Nació en Osorno. Tenía un año y medio cuando, junto a su familia, se trasladó a Puerto Montt. Señala haber estudiado en escuelitas con números, mas recuerda a la Escuela 3 Melipulli y a la 81, actual Darío Salas, como sus cunas formadoras.

Pero el alma mater que determinó su destino fue la Escuela Industrial de Puerto Montt.

Allí el martillo, el yunque y la fragua moldearon una personalidad que, a punta de tesón, coraje y empeño, le ganó a la vida, misma que lo llevó por varios derroteros hasta asentarlo en torno al arte. Una parada a la que llegó tras largas vueltas, como si continuara compitiendo en las pistas atléticas de su infancia.

Naciste en la ciudad del Rahue, pero Puerto Montt te acogió como uno de sus hijos.

“Así es. Me siento puertomontino. Aquí me formé, aquí estudié y aquí estoy hoy día. "En mis escuelitas con número me eduqué, pero la escuela industrial me formó como técnico en construcciones metálicas”.

¿Qué recuerdos conservas de tus años de niñez?

“Fui un niño y adolescente que siempre estuvo ligado al deporte. Competí a nivel nacional en la disciplina atlética de marcha. También jugué tenis de mesa. En la década de los setenta, y en torno al deporte, conocí a Eliana, mi esposa. Ella era una velocista escolar que brilló también en el plano nacional”.

Trabajaste buena parte de tu vida en la construcción. ¿Cómo recuerdas esos años?

“Provengo de familia de la construcción. Mi señor padre, jefe de obra, mis hermanos... Todo mi núcleo familiar está relacionado con la construcción. Con importantes trabajos de construcción en el edificio de la intendencia regional, el ex edificio de investigaciones, el gimnasio municipal de calle Lota, la cárcel antigua. Desde ese contexto familiar me adentré en la construcción y me fui formando como un profesional en construcciones metálicas, área en las que llegué a construir de puentes para Vialidad”.

¿Pero faltaba harto tiempo para que te encontraras con el arte?

“Claro. El arte aún no aparecía. Ni siquiera siendo estudiante estaba en mis planes, porque no era bueno para el dibujo ni la cosa artística”.

Recuerda con justo orgullo cómo se convirtió en el especialista que llegó a ser, y que años más tarde, sin pensarlo, sería el cimiento que lo ha llevado a convertirse en escultor.

La formación adquirida en la escuela industrial y la experiencia en el sinfín de obras de construcción en las que trabajaste son determinantes en el artista que eres.

“Sin dudas. Todo ese conocimiento y el haber aprendido las técnicas y secretos del oficio, a manejar máquinas, las estoy aplicando en esto que yo desconocía y que tenía, que era el talento innato de poder hacer una obra de arte a través del fierro”. Sin haberlo planificado, el bagaje que fue acumulando se manifestó como una necesidad de ser transmitido como historias vitales que clamaban por perdurar en el tiempo. El maritorio, la navegación, la pesca artesanal, los paisajes y la gente común aguardaron pacientes el momento preciso para inspirar sus obras.

Una parte significativa de tu vida la marcó tu experiencia de colono en el sur austral del país.

“El período en que estuvimos como colonos en el sur, en donde el buceo, la pesca, la navegación, los temporales quedaron impregnados en mí. Fueron tiempos dificilísimos junto a mi esposa y nuestros dos pequeños hijos. Ellos han sido pilares fundamentales en mi vida. Pamela Eliana, es trabajadora Social es una mujer que heredó la fuerza y la garra de su madre. Y por cierto mi hijo Oscar Petrel un compañero de ruta”.

Miguel recuerda ese tiempo post recesión de los ochenta en que, junto a su esposa Eliana Belmar Vásquez, partieron en una aventura por alcanzar un porvenir mejor. Fue uno de los miles que se hicieron a la mar en plena fiebre de la merluza. Atraídos por las políticas estatales de poblar zonas apartadas de la Región de Aysén, se establecieron como colonos.

En el año 1992, el gobierno les confería la autorización para desarrollar actividades productivas en torno a la pesca y otros recursos marinos.

En Puerto Cisnes, levantaron una pequeña planta de proceso. Un negocio del cual desconocían muchos componentes y que posteriormente no prosperó. Eliana debió regresar a Puerto Montt junto a sus pequeños hijos Oscar y Pamela, mientras que el tenaz Miguel soportó un año más en esa épica.

“Por eso me gusta ir a Angelmó, a respirar ese aire marino, a mirar las lanchas. Me imagino cómo irán en la cocina de la embarcación cocinando”.

Debido a otros fallidos intentos empresariales, se cuestionó sobre qué viraje darle a su vida profesional. Se fue, se refugió en su taller y, casi sin darse cuenta, como en su época de buzo mariscador, se fue sumergiendo en la profundidad insondable del arte.

Primero fue desde construir pequeños artefactos que regalaba a sus familiares. “Siempre que me invitaban a un cumpleaños u otra celebración familiar, construía algún ‘engañito’ de fierro. Una repisa, un paragüero, un canasto metálico para la leña. Cosas de ese tipo. Pero sin tener conciencia de arte”.

 

 

Su afecto por el clan lo fue llevando, sin que se diera cuenta, a construir objetos con formas más elaboradas.

“En el caso de la Carola, la esposa de mi hijo Oscar Petrel, le construí una bailarina. ¡Claro! Sí, ella hace danza. Me fui dando cuenta que quedaban bien las cosas que hacía y que gustaban”. ¿Recuerdas el momento exacto en que tomaste una plancha, un fierro, le diste forma y dijiste: "¡Tengo en mis manos una obra de arte!"?

“Analicé mi edad y me cuestioné sobre qué es lo que podía hacer. Pensé: Tengo las máquinas, conocimientos, tengo esta experiencia de vida y empecé a hacer obras de arte casi por instinto”.

EL ARTE DE LA ESCULTURA

En Puerto Montt, donde Chile comienza a desmembrarse en cientos de islas, canales y fiordos, donde el viento huele a sal, asoma la obra de Miguel Burgos, escultor autodidacta que da nueva vida al fierro. con sus manos que antes conocieron el peso de espineles. No estudió en academias ni siguió métodos convencionales. Su taller es el reflejo de su intuición, y su proceso creativo nace directamente del impulso: sin bocetos, sin esquemas, solo la materia, el fuego y la memoria.

Cierto día, se fue a Angelmó, se paró frente al canal Tenglo y empezó a vender sus obras metálicas.

Era verano y suponía que los turistas del norte o santiaguinos serían mis compradores. No fue así”. Recuerda.

“Le pregunté a su señor que había comprado de dónde era. De Chiloé, me respondió. Me llamó la atención: en sus manos llevaba una escultura que representaba dos jureles”.

Con fierro moldea escenas comunes donde el público o quien lo adquiere se reconoce en esa temática propia de nuestra geografía insular y costera.

Sus obras emergen como fragmentos de mar atrapados en metal. El fierro —rudo, oxidado, noble se transforma en peces imposibles, mitos marineros, embarcaciones oníricas y artefactos que parecen haber naufragado hace siglos. Cada escultura de Burgos tiene algo de herramienta y algo de criatura; algo de objeto cotidiano y algo de leyenda. Con tus trabajos otorgas un valor especial al fierro. Los objetos adquieren una nueva significancia. ¿Qué pasa contigo? ?

“El mate para mí es un signo potente. Está presente en la embarcación; en la rancha del pescador acompaña la brisca o el truco. En muchos hogares de nuestro sur es una invitación que acompaña un “¡Asiento! ¿Un matecito?”. Ese ritual de confianza y cariño sureño me inspiró a una obra que fue adquirida por la empresa Té Supremo”.

Tiene definido no alejarse de esta temática, porque ha comprobado que lo conecta con gente como él mismo. Escultor y público pertenecientes a historias y paisajes comunes.

“No quiero contaminarme con otras temáticas. Quiero mantener esa línea. Hay tanto que hablar del maritorio, como lo reflejo ahí en La Mariscadora, El Lobo de Mar, hay tanto que mostrar, retener y destacar”. Otra de sus obras se ha transformado en un amuleto. Lo acompaña cada vez que concurre a alguna exposición. La obra muestra a un niño pobre mendigando. En su mano derecha sostiene un gorro y la izquierda en señal de petición. Se llama Luquitas, sonríe al explicar el objeto de arte que es pieza infaltable que transporta en otro de sus objetos de culto: la camioneta verde, que evoca a la del Padre Hurtado.

En ella se viste ad hoc, con estampa señorial y estilo vintage a itinerar con su arte.

Hasta hace poco era parte del colectivo de artistas de Puerto Montt Ruta Arte. Pero decidió continuar su rumbo en solitario, porque siente que se desarrolla con mayor plenitud y capacidad de gestión. ¿Has hecho exposiciones para dar a conocer tu obra?

“Sí. El año 2021, en plena pandemia, pude exponer Memorias del Mar en el hospital de nuestra ciudad. También he estado en Arena Puerto Montt, en una intervención de Basg Marine que se hizo en el paseo Angelmó y en la Casa del Arte Diego Rivera”.

A pesar de que sus creaciones ya son reconocidas en el circuito artístico de nuestra zona, no ha recibido mayor reconocimiento que el del propio público. Entre risas, solo recuerda premios y galardones como deportista. ¿Y por qué crees que no se ha reconocido tu trabajo?

“No, no, lo mío no va por ahí. Estuve hace poco en la inauguración de la más reciente exposición de Rubén Schneider. El artista, al saludarme, me dijo: "Tomémonos una foto", y me abrazó. El reconocimiento de un artista me resulta más motivante, ¿te fijas? Significativo que un compañero quiera fotografiarse con uno. O el amigo pintor Hugo Soto, de quien sé me ayudará a remar en el temporal de la vida. Ahora, los otros reconocimientos a lo mejor llegarán en su momento, pero no me quita el sueño”.

¿Qué pasa por tu cabeza cuando estás en tu taller, solo frente a la fragua y máquinas que tú mismo has inventado?

“Es profunda tu pregunta. Cuando estoy esculpiendo es como recorrer mi vida entera y me cuestiono sobre lo que estoy trabajando. Si acaso estoy en armonía con el metal, continúo. Pero de repente no fluye, no se dobla como quiero, lo dejo y me voy a hacer otra cosa.

Mi escultura es mi socia en ese momento, debo sentir si me está aceptando; si es así, continúo depositando parte de mi ser en ella”.

Es el proceso más íntimo y personal entre el artista enfrentado al fierro. ¿Lo percibes de esta manera?

“Claro. El material habla, da señales, se produce una relación que es muy profunda. Puedo entender si mi socio me está aceptando. Así puedo saber si lo que estoy forjando sale, resulta y fluye finalmente”. Autodidacta del fuego, su taller es un puerto de objetos improbables. La caña de su timón siempre marca rumbo a la memoria de lo vivido. El chirrido de un anzuelo, el peso de una red mojada, la silueta de un pez que nunca fue pescado. Todo eso vive en sus manos.

El fierro, frío y terco, se ablanda bajo su gesto. Se convierte en escama, remo y cuadernas oxidadas. En utensilios de otro tiempo. En fragmentos de barco o beldades marinas que parecen salidas de un sueño húmedo y salado.

 

Burgos no dibuja antes de crear.

Porque su arte no se piensa: se siente, se escucha, se enfrenta. Es el resultado de un diálogo directo entre el cuerpo, la memoria y el material. Sus piezas no buscan la perfección, sino la verdad del gesto. Y él asume que, desde la esquina autodidacta, de la cual es originario, es inconcebible su quehacer.

“Tampoco sé de dónde sacaba sus ideas mi papá, un hombre sencillo, que era capaz de construir una garza, fotografiar y revelar en blanco y negro o jugar ajedrez. Un hombre de la construcción siendo fotógrafo. Creo que es el ser supremo quien da esas virtudes y talentos”.

En un contenedor mantiene sus esculturas. ¿Hay alguna que le tenga un cariño especial? Sus ojos se humedecen, evidenciando que hemos tocado una de sus fibras más sensibles.

“Hay una obra que se llama El timón del capitán Lucilor. Es un tributo a mi hermana Lucilor. Ella asumió el rol de matriarca y crió a sus hermanos pequeños. Ella entregó parte importante de su vida en sacarnos adelante a nosotros”.

Sus obras nacen como nacen las olas: sin permiso, sin aviso. Sólo la certeza de que vendrán. Hay una poética callada en su oficio. Una desobediencia suave. No quiere adornar, quiere decir. Y lo que dice tiene la textura indomable del sur.

Allí donde otros ven puro fierro, él ve origen. Allí donde el fierro se oxida, él encuentra una historia. Desde tu socio metálico, ¿qué proyectos tiene ahora en mente?

“Sí. Es la imagen de un velero en mar en calma. Un día soleado, que refleje la silueta de la embarcación en las olas del mar. No está esbozado, así lo tengo grabado en mi mente y quiero que ésa sea la esencia de la obra”. A esta altura de tu vida, ¿puedes decir que tienes alguna cosa que no hayas hecho?

“Me gustaría un motorhome y mandarme a la punta del cerro a disfrutar de la vida con mi señora. Conocer y conversar harto”.

Mientras, Burgos, el escultor del sur, continuará conversando con el fierro. Seguirá esculpiendo, sin dibujos ni dogmas previos. Donde otros verán puro metal, él verá criaturas dormidas que despertará con máquinas que han desarrollado sus propias manos, en una inventiva capaz de lo impensable.