EDITORIAL
Apagón cultural
El pasado 25 de febrero a las 15:16 horas, un corte del suministro de energía eléctrica generalizado afectó a 8 millones de hogares en 14 de las 16 regiones del territorio nacional.
La palabra apagón se convirtió en mantra entre los que preguntaban por las causas y los que intentaban explicarlo. Más de diecinueve millones de almas enardecidas por el caos.
La mitad de ese gentío recuperó la luz para sus vidas cerca de la medianoche de aquel martes de tinieblas.
Junto a lo complejo del retorno al hogar, buena parte también despotricaba sumida en la inercia y el aburrimiento sin poder ver televisión. Esto último me hizo recordar un pasaje de "La cultura huachaca. O el aporte de la televisión", de Pablo Huneeus cuando describe esa tecnología que inmoviliza al espectador, creando una rutina en torno a ello. Para Huneeus (ob. cit.), “su naturaleza es ir evolucionando hacia etapas superiores". Por eso el hombre se humaniza a medida que es más de lo que es".
Frente a las pantallas 4K y QLed, poco queda del cuestionamiento y búsqueda del ser humano.
Contra semejante fuerza atrofiadora, el arte y la cultura se levantan como una forma de resistencia nacional, para hacer frente a la farándula y sus chismes baratos, personajes de poca monta, realities que de genuino nada tienen y un periodismo cada vez menos comprometido con la verdad.
Porque el arte y la cultura son reflejo de la identidad de un pueblo que ríe, llora, construye y también se descubre. Quizás para muchos, esto no es prioritario y sólo reconocen como único fin la entretención.
Pero las artes y demás manifestaciones culturales deben ser entendidas como un componente esencial para mejorar la calidad de vida de los habitantes.
García Márquez sostenía que la cultura es el aprovechamiento social del conocimiento.
No es equivocado decir también que la cultura es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento que le han permitido a la humanidad vivir menos esclavizada.
Por esto, ya está bueno que busquemos a la cultura sólo en las artes más doctas, sino que también en bares infectos con poemas escritos en los baños, fiestas costumbristas con milcaos y corderos asados al palo, tocatas underground, barras de freestyle como nueva forma de poesía, grafiti y muralismos, charlas y ferias de libros, artesanía a partir del reciclaje, danza de las disidencias sexuales, teatro infantil de escuelas municipales, etc.
Porque no muere lo que se nos instala en el corazón o en la memoria; es una posibilidad de aprendizaje y sobrevivencia para transformar, vivir y soñar. No en vano el pensador romano Cicerón empleó el término cultura animi ("cultivar el espíritu") para referirse metafóricamente al trabajo de hacer florecer la sabiduría humana.
La industria de entretención que ofrece la cajita, que ya no es ni tan tonta ni tan caja, amenaza con un oscurantismo tal que ya es, a todas luces, un medio eficaz para entontecer incluso el espíritu.