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Literatura y Asesinatos

 

Ahora que culmina la Semana del Libro, resulta útil reflexionar en torno a algunos asuntos extra literarios, que, afortunada o desgraciadamente, inciden en la literatura.

Dicen que nos hemos globalizado tanto, que estamos cada vez más parecidos a un globo, literal y metafóricamente hablando, por lo que no existen límites para la suma, para la resta y para mezclar peras con manzanas e higos con maní. De modo que, sin rubores, puede cualquier espécimen referirse a esta hermosa mujer llamada Catherine Tramel, escritora - asesina en la sexi producción "Bajos Instintos" Uno y "Bajos Instintos" Dos (como si los instintos - bajos - pudieran numerarse).

Hay que aclarar que la traducción es Instintos Básicos, cuestión no menor, porque el día que cualquier instinto básico sea catalogado como "bajo", sonamos. En rigor, la segunda parte debió llamarse sólo "Adictos al Peligro" y punto. Pero los productores se atienen a la fórmula comercial: hay que agarrarse del gancho.

Y el gancho es la tersa Sharon Stone (Tramel) de Instintos Básicos Uno, que en la actual producción permanece igual de tersa, pero genera serias sospechas de estiramiento facial vía plancha o maquillaje. Algunas patitas de gallo se le deslizan por allí al director, no a la actriz, que no tiene por qué vigilar la pega de los camarógrafos.

A todas las dificultades que genera la segunda parte de una historia, realizada catorce años después de la primera, se agrega el considerable trabajo para encontrarle a Sharon su "contraparte" masculina: encontraron a David Morrisey. El asunto no es menor, porque no tiene nada de sencillo ubicar al peor actor del Planet y con la voz más desagradable de los Animal.

El señalado Morrisey interpreta, con mucha propiedad, a un siquiatra tontísimo. El caso es que la escritora Catherine Tramel se dedica a urdir intrigas, a matar gente y a agarrar hombres en la vida real, dejándonos la duda respecto a qué horas del día o de la noche agarra el Mouse y el teclado y comete sus novelas. Al parecer, ella va escribiendo simultáneamente a cómo van resultando las trampas que les pone en el camino a los especímenes incapaces de resistir su mirada inquisidora e insinuante.

Y su editorial (ni Anagrama ni Planeta) a una velocidad increíble, le publica sus criminales novelas, con tapas duras y brillantes y con una cantidad de páginas igual o mayor al texto "La Vida Nueva", del Zurita nuestro de cada día.

No es casualidad la mención a Zurita, que ha adelantado fragmentos de sus últimos "poemas" ("Los Países Muertos") donde se tomas el trabajo de matar o a firmar las actas de defunción de algunos "connacionales": Uribe (Armando); P. Navia (Patricio Navia); "el telonero Maquieira" (Diego). Le pone RIP a Bolaño (Roberto); menciona a "el lector Squella"(Agustín); "la turca Richards"(Nelly); al "difunto" Camilo Marks; a "la grasa de las ballenas Richards, Leppe (Carlos ) y Marín (Germán), entre varios otros. Zurita bate todos los récords de odio, utilizando la misma fórmula que utilizó para batir otros récords: transformar a sus amigos y conocidos en "sujetos de poesía", con nombre y apellido.

Ahora, es bastante discutible el valor poético que pueda tener un verso donde se menciona a Patricio Navia, analista político del cual desconocemos el pecado que lo transforma en personaje de tan lírica diatriba, porque su pega es encontrarle la falla a las estructuras y a las super-estructuras de nuestra infraestructura política.

Los otros nombres, "cuajan" en virtud de su tránsito por el espinudo mundillo de las letras, tránsito en el que - alguna vez - vertieron alguna opinión que no les fue perdonada por el rencoroso Zurita. Sospechas de esto hubo cuando, el año pasado, a unos especímenes que osaron criticar un trabajo antológico suyo, les propinó un tronante "¡MUERANSE!", a través de la prensa escrita. Al parecer, Zurita no recuerda - o no quiere acordarse - que la peor producción de algunos connotados de este país, es precisamente aquella donde ponen en verso sus miserias y sus rencores, públicos o privados.

Neruda incitó al "Nixonicidio" en el más vergonzoso "poema" que saliera de su pluma. Pablo de Rokha le prodigó epítetos de grueso calibre a Neruda, en "poemas" especialmente dedicados al futuro premio Nobel.

No está de más señalar que Zurita no es Neruda ni De Rokha y, aunque estuviera a la altura de dichos próceres, lo suyo es la poesía y no el altoparlante insulto público con que pretende ajustar cuentas antes - y después - de su muerte (acontecimiento que él viene anunciando con ensañamiento y alevosía). Volviendo a la película, la novelista-sicóloga-asesina Catherine Tramel termina airosa, madurita, en libertad, y su "contraparte" masculina termina en el manicomio.

Y se las arregla la "autora" para inquietarnos al deslizar la posibilidad de que la trama de todos esos asesinatos pudiera haberlos urdido el tontísimo siquiatra. Pero no hay que dejarse engañar. Al tipo sólo le quedan un par de neuronas y, al actor que lo interpreta, no le queda ninguna. De nuevo allí recordamos a Zurita, que posee en su historial actuaciones memorables. En Hollywood jamás sabrán lo potente que pudo haber sido la dupla compuesta por Catherine Tramel y Raúl Zurita.

 

(Publicado en: Archivos Secretos Ele / 2024 / Polígono Edficiones / © Jorge Loncón)